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Esta es la ciudad donde no existe la religión, la política ni el dinero

En 1968, representantes de 124 países se reunieron en Auroville para dar vida a este sueño

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En un mundo cada vez más globalizado y homogéneo, existe una ciudad que desafía las convenciones y ofrece una alternativa radical a la vida moderna. Auroville, una comunidad utópica ubicada en el estado indio de Tamil Nadu, se ha erigido como un experimento social y espiritual único, donde las nociones tradicionales de religión, política y economía se han reemplazado por un enfoque holístico y visionario.

Fundada en 1968 bajo la inspiración del místico hindú Sri Aurobindo y su discípula Mirra Alfassa, Auroville se concibe como una “ciudad universal” donde personas de todo el mundo puedan vivir en armonía, más allá de credos, nacionalidades y divisiones.

Lejos de ser un mero sueño, esta comunidad de más de 3.300 habitantes de más de 50 nacionalidades diferentes ha logrado transformar un desierto en un verdadero paraíso, plantando millones de árboles y desarrollando sistemas de urbanismo ecológico y búsqueda espiritual.

Auroville, la ciudad donde no existe la religión, la política ni el dinero.
Foto: Freepik

Orígenes y visión de la ciudad

Auroville nació de la visión de Sri Aurobindo, un influyente filósofo y místico indio, y de su discípula Mirra Alfassa, conocida como “La Madre”. Ambos soñaban con crear una comunidad donde las personas de todo el mundo pudieran vivir en armonía, libres de las limitaciones impuestas por las religiones, las políticas y las nacionalidades.

En 1968, representantes de 124 países se reunieron en Auroville para dar vida a este sueño, esparciendo tierra de sus naciones en una urna enterrada en el centro de la ciudad. Este acto simbólico representaba la aspiración de Auroville de convertirse en un símbolo de la fraternidad universal.

Diseñada por el arquitecto francés Roger Anger en forma de mandala, la ciudad tiene en su centro el Matrimandir, un gran domo dorado que alberga una sala de meditación. Este edificio emblemático se ha convertido en el corazón espiritual de Auroville, un lugar de profunda reflexión y conexión con lo trascendental.

Auroville, la ciudad donde no existe la religión, la política ni el dinero
Foto: Freepik

Una comunidad sin religión ni dinero

Uno de los aspectos más fascinantes es su rechazo a las estructuras tradicionales de la sociedad. La ciudad funciona sin dinero, gobierno o religión, lo que la convierte en un experimento social y económico único.

Al instalarse en Auroville, los habitantes ceden su propiedad a la comunidad y renuncian a la propiedad privada. La ciudad se sostiene a través de donaciones, el gobierno indio y una red de unidades económicas dedicadas a la tecnología, los pequeños negocios, el reciclaje y las artesanías.

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En lugar de un salario, los aurovillanos reciben un sustento básico a cambio de trabajar al menos cinco horas diarias para la comunidad. Existe un salario máximo establecido en tercios, donde el más alto no puede exceder el triple del salario base. De esta manera, Auroville busca evitar la acumulación de riqueza y promover un enfoque más equitativo y colaborativo.

Transformación del desierto en paraíso

Cuando Auroville fue fundada, el sitio elegido era un desierto árido. Sin embargo, los habitantes de la comunidad se han dedicado a transformar este inhóspito paisaje en un verdadero oasis, plantando más de 3 millones de árboles en las 2.000 hectáreas que cubre la ciudad.

Este esfuerzo de reforestación ha sido fundamental para el desarrollo de Auroville, creando un microclima favorable y convirtiendo el desierto en un frondoso bosque. Además, la comunidad ha desarrollado sistemas naturales de tratamiento de aguas residuales y biogás a partir de estiércol de vacas, reflejando su compromiso con la sostenibilidad.

La agricultura y la horticultura también desempeñan un papel vital en Auroville. El “Auroville Farm Group” brinda asistencia a los residentes para desarrollar sus propios cultivos orgánicos, fomentando la autonomía alimentaria y la conexión con la tierra.

María Vargas Jimenez
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