Opinión

Alison Meléndez: La impotencia es parecida a la muerte.

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La Nobel de Paz (2018), Nadia Murad, pertenece a un pueblo étnico-religioso yazidí en Sinjar, al norte de Irak. Cuando apenas tenía 19 años, en 2014, fue una de las casi 7.000 mujeres que fueron tomadas como prisioneras por parte del Estado islámico. Fue llevada a la ciudad de Mosul como esclava sexual.

Allí la golpearon, la quemaron con colillas de cigarrillos y la violaron un sinnúmero de veces. Por fortuna logró escapar y desde 2015 ha contado su testimonio en diversos espacios con valentía y manteniendo su grito de indignación. Actualmente, es embajadora de buena voluntad para la dignidad de supervivientes de trata de personas de las Naciones Unidas.

En su libro, “Yo seré la última”, narra cómo fue la vida antes y durante el cautiverio; también cómo logró salir de allí y llegar a un campo de refugiados gracias a la ayuda de una familia. Tuvo miedo, pero lo que más le impactó, según cuenta, fue su propia impotencia. “El miedo era mejor. […] Con el miedo existe el supuesto de que lo que está ocurriendo no es normal. Sin duda, sientes que el corazón va a explotarte y vas a vomitar, te aferras con desesperación a tu familia y amigos, y te humillas delante de los terroristas, lloras hasta quedarte ciega, pero al menos haces algo. La impotencia es parecida a la muerte”.

Alison Meléndez no llegará a ser embajadora de la ONU, pero dejó su testimonio. Colombia inició un paro nacional el 28 de abril de 2021 en medio de una pandemia. Miles de jóvenes, personas adultas y mayores se volcaron a las calles para protestar en contra de una reforma tributaria, una de salud, una pensional y, en general, contra un gobierno deslegitimado que ha incumplido sus propias promesas y el Acuerdo de Paz que se firmó en 2016. Alison Meléndez se sentía acogida por las manifestaciones del pueblo, tampoco estaba contenta y lo dejó claro en su última publicación en redes sociales.

Tenía 17 años -dos menos que Nadia Murad cuando la llevaron como esclava- y vivía en Popayán. El 12 de mayo, en medio de la noche y la convulsión de la ciudad, se dirigía a casa de un amigo y cuando iba de camino empezó a grabar a varios policías. “Cuando menos pensé estaban encima, ni siquiera corrí porque era peor, lo único que hice fue esconderme detrás de un muro”, publicó en su perfil de Facebook. “Me manosearon hasta el alma”, puntualizó.

Cuatro hombres contra la humanidad de una adolescente. El video evidencia su rabia y sus reclamos. La iban desnudando, quitándole el pantalón y la posibilidad de resistirse. Su cuerpo fue violentado en medio de una ciudad con servicio de energía, internet, celulares inteligentes y redes sociales, haciéndonos preguntar qué no habrá sucedido a las mujeres de las zonas rurales en el marco de conflicto armado, sin que los perpetradores sintieran el pudor de quedar grabados, más que en la memoria de sus víctimas y familiares -que no es poca cosa-.

Hasta el 21 de mayo, luego de 24 días de manifestaciones contra el Gobierno de Iván Duque, la plataforma Grita de Temblores ONG presentó un reporte de 21 víctimas de violencia sexual por parte de la fuerza pública. También el mismo día, se dio a conocer la violación sexual de una mujer que integra la Policía Nacional, ocasionada por manifestantes. Las mujeres y sus cuerpos, reiteradamente se usan con distintos fines como un arma de guerra; solo que ahora esta disputa ha llegado a las ciudades y se nos posa en las narices.

Alison Meléndez fue dejada en libertad y al día siguiente tomó la decisión de suicidarse, quizá, porque ya se sentía sin vida, pues como aseguró Nadia Murrad, “la impotencia es parecida a la muerte”.

[1] Nadia Murad. 2017. “Yo seré la última”. Página 226.

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Lina Muñóz Rojas
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